Aprovechando la inminente visita de Roger Waters me vino a
la mente un recuerdo.
Cuando se proyectó Live8 en 2005, prometiendo la reunión de
Gilmour y Waters bajo el logo de Pink Floyd, mi hijo Leonardo no tenía ni un
mes de haber nacido y su madre y yo nos apoltronamos ese mítico 2 de julio con
el pequeñajo viendo la transmisión de semejante concierto global tanto en
televisión como en la página oficial del evento. Los escenarios ubicados en Londres,
Johannesburgo, Tokio, Moscú, París, Filadelfia, Edimburgo, etcétera albergaron
a todo el mundo, algo casi literal.
Sin duda se trata del mayor evento musical de la época
moderna, el cual aprovechó las ventajas del streaming
naciente y de todo lo que podía ofrecer la tecnología en línea de entonces. Lo
siento por quienes no tuvieron esa alternativa ya que, con sólo verlo, uno
sentía que pasaba a la historia.
Por fortuna, en la página oficial de Live8 –la cual ya no
aparece en línea– y en las transmisiones en directo se pedía enviar tu nombre por
correo electrónico para que, de manera automática, apareciera en las pantallas
en distintos momentos de la transmisión. La madre de mi hijo y yo nos miramos y
de inmediato llené el formulario con el nombre completo de Leonardo. Lo extraño
fue que el menor rango de edad iba de 0 a 1 y no podíamos aclarar que el
individuo acababa de nacer; no obstante, supongo que fue uno de los más
pequeños del mundo cuyos nombres aparecieron en televisión, las pantallas
flotantes y el teleprompter mientras los
noruegos de A-ha tocaban en Berlín. Como un suspiro fugaz apareció el nombre de
mi hijo y respiramos aliviados y sonrientes.
Aquello pudo ser una epifanía ya que internet, con su relatividad
global, no contaba con las herramientas de ahora y aun así las aprovechamos
para lanzar el nombre de nuestro hijo al mundo, un individuo ya con 10 años de
edad quien entonces dormitaba con inocencia, y ahora es un mago de los nodos y un
surfer incansable de internet y la deep web.
Pero recuerdo muy bien que entonces, por encima de semejante
cartel, lo que al mundo le interesaba sobremanera era poder ver de nuevo a
Gilmour y Waters manosear juntos esa épica y dulce potencia mundial que es Pink
Floyd.
En el momento que arrancó Pink Floyd con Breathe, un contador en tiempo real mostraba a más de 27 millones de
personas en línea... y contando. ¡Asombroso!
B7XO