Poseo un capricho que se orienta por llevar la contraria
siempre. Por ejemplo, si alguien me urge por escuchar algún disco, ver una
serie o una película de inmediato me desmarco a causa de mis primicias personales.
A mí nadie me obliga a nada. Después, como los gatos, olisqueo un poco y
determino si es viable o no echarme de cabeza a la sugerencia. Por eso siempre me
desfaso en las conversaciones.
Hace poco me preguntaba, de forma muy imbécil y harto del
actuar social, quién ostentaba el récord de más películas o documentales en su
memoria: ¿Kurt Cobain o Steve Jobs?
Gracias a Clarovideo
y a mi flojera por seguir la tendencia, Montage
of Heck (2015), la entrega más reciente alrededor del nativo de Aberdeen,
llegó tarde a mis sentidos y me descontroló un poco. No por nada Frances Cobain
es productora ejecutiva, pero vamos por partes.
Por un lado, me resulta curiosa la coincidencia de que tanto
The Smiths como Nirvana hubiesen añadido un guitarrista de apoyo para los
directos, detalle que refleja las dudas artísticas que, en su momento, hubo
hacia Cobain y Johnny Marr quienes, curiosamente también, habían menguado su
capacidad musical a causa de los atracones de horse que degustaban más que ocasionalmente.
Por otro lado, a diferencia de About a son (2006) y All
apologies (2006), Montage of Heck es
una oda directa a la reivindicación de Cobain vía el contexto de abandono y
soledad, y más que eso, a causa del tibio manejo de la fama, si bien un lugar
común alrededor de Kurt pero que polariza la historia universal.
Para nadie es un secreto la dicotomía de un Cobain tan dulce
y agresivo como el cachorro de gato que encuentras atrapado en una
alcantarilla, no obstante, es hasta ahora que aquello puede advertirse gracias
al asombroso pietaje de la infancia de Kurt que sazona el documental.
Sin embargo, ese detalle no redime el carácter insoportable y
ramplón de un Cobain siempre a la defensiva. Mejor músico que persona, Cobain
es desnudado en este documental. Quizás los fragmentos en donde se evidencia
ese honesto pero retorcido paternalismo, con Cobain hasta las orejas de heroína
mientras Courtney Love le corta el cabello a una bebé Frances, fue un guantazo
de reproche de la productora ejecutiva hacia sus padres, otro detalle que
revela la beligerancia con que se abordó a Kurt en esta pieza fílmica.
Lamentablemente, si la intención era desmitificar al ídolo,
el documental pifió.
Más allá de la teoría que reza que Love mandó matar al
marido, el documental sugiere, quizás de manera intencional pero al aire, que
la muerte de Cobain fue resultado del actuar y la conexión de diversos
factores: fans, prensa y detractores.
Los fanáticos siempre tienen la necesidad de asirse a la
historia trágica de un héroe que los alimenta y al mismo tiempo los hace sentir
mejor porque saben que, irremediablemente, se irá antes que ellos y entonces
tendrán algo que celebrar, o lamentar, pero con el mismo ímpetu. Nada alimenta más
a un fanático que la caída de su héroe porque, de esa manera, podrán sentirse
superiores.
“Nada hacía enfadar más a Kurt que el sentirse humillado”,
señala Krist Novoselic en el documental cuando se refiere a la manera como
Cobain reaccionaba ante las críticas adversas. Y el mismo Kurt señalaba lo
absurdo que resultaba ser considerado como portavoz de una generación. Por
ello, los detractores de Nirvana, musical y socialmente, tuvieron mucho que ver
en el toleteo contra quien sólo deseaba expresarse y tocar en directo, hasta
que le colmaron la paciencia llevándolo a amenazar por teléfono a una
periodista de Vanity Fair que reveló el caos enfermizo que pringaba el
departamento de los Cobain-Love.
Quienes me conocen saben de sobra cuáles fueron las razones
por las que me escabullí de la fuente de rock mientras era redactor en la
revista Rock Stage y el periódico El Universal. Resumiendo puedo decir que no
quería ser parte de un circo cuya función es vanagloriar aquello que no tiene
brillo, o bien, sacar del contexto real a los músicos de rock.
Exacerbar a la masa es irresponsable. El que Cobain haya
sido considerado el portavoz de una generación desencantada fue culpa de los
medios urgidos de atención y ventas. Lógico, se necesitaba un héroe (anti)social
acorde al contexto de la juventud a principios de los noventas, porque después
de John Lennon el vacío casi se eterniza.
De igual forma, enclavar ideologías en una porción de arte que
resulta meramente estéril y de orientación lúdica por naturaleza como el rock,
es aún más irresponsable. Claro que eso no aplica en bandas con motivos
específicos como Rage Against the Machine o Mano Negra, porque ellos imprimían
esa idea como parte de su press kit. Sin
embargo, el resultado de los pensamientos de alienación, dolor, enfermedad y
soledad de Cobain no tenían que ser generalizados y adaptados a una juventud
aparentemente carente de oportunidades. Aunque la mayoría, por sus mismas
carencias de cultura, cayó en el garlito.
En ese sentido, los culpables directos de exacerbar el
malestar emocional de un Kurt poco preparado para el éxito fueron los medios de
comunicación “especializados”. Lo mismo sucedió con Mötley Crüe, Guns and Roses
e inclusive Metallica, a quienes se sobrevaluó como los salvadores del mundo.
Una guitarra no salvará al mundo, eso es definitivo. Por
ello se requiere de mayor responsabilidad aun cuando el rock sea un tema
irresponsable que engloba puntos de fuga que pueden ser peligrosos para las
mentes débiles. Es por ello que las mentes débiles siguen siendo cronistas pero
no analistas. El periodista de rock, como tal, no debe intentar, siquiera,
adentrarse en temas sociales, desarrollar un punto de vista y mucho menos
compartirlo.
Finalmente Montage of
Heck es un documento interesante y curioso desde la intimidad del artista,
pero más allá de determinar culpables no aporta mucho a la apreciación de esa
marca denominada Kurt Cobain. ¿Por qué, si no, se paladea saludablemente la
ausencia de Dave Grohl? (Coyoacán, 2015)