martes, 29 de septiembre de 2015

El pop en México y la hipocondría de la necedad

La diferenciación entre el pop y el rock en México es una necedad proveída por el enclaustramiento de los sentidos y la vergüenza de desnudarse ante los demás sin poder tolerar una crítica proveniente de sus símiles. Es decir: por prejuicios.

El intolerante y el prejuicioso son menos felices y, sobre todo, reniegan del ambiente en el que se han desarrollado gracias a una iniquidad temerosa de demostrar que sus sentidos están afilados, como los de cualquiera.

Pop deriva de popular y, como se ha mencionado infinidad de veces en este sitio, es pop tanto Daniela Romo como The Beatles, sólo que la diferencia es temporal y geográfica mas no cualitativa.

La única diferencia cualitativa entre una expresión musical y otra es el producto final, el cual es bueno o malo. Buena música o mala música. Por ello es menester apuntalar que la inoperancia ante este fenómeno demuestra poca cultura.

El problema surge de la idolatría desmedida, generada por los medios presuntamente especializados, que entronan todo aquello que no es nacional (en la mayoría de los casos) y que es de simple digestión. No es un secreto que los ejemplos musicales de Led Zeppelin alcanzan altos niveles de interpretación y producción acorde a sus tiempos e influencias, no obstante, no por ello se menosprecia un ejemplo perfectamente bien producido (digital o análogamente) que surja de un estudio mexicano con grandes capacidades.

En México, durante la brecha comercial del rock (como subgénero del pop), desde principios hasta mediados de los ochentas se produjo a un enorme conglomerado de cantantes y agrupaciones cosechados como concepto, completamente sobreprotegidos en el estudio, su imagen y sus presentaciones en vivo que, sin embargo, no carecían de calidad.

Amén de lo que se hacía de forma subterránea con los primeros esbozos de Pedro y las Tortugas, Neón, Fobia o Las Insólitas Imágenes de Aurora, no tan desconectados de ese medio, una gran porción de los jóvenes se adhería a la balada romántica o a las boy bands complementadas y aderezadas que dominaban el espectro sin ninguna pena. Entonces El Tri era considerado para “nacos” y su inclusión a los demás estratos de la sociedad se debió en gran medida a la manera como algunos de aquellos grupos nacientes, influenciados más por el New Wave británico que por el despojo post Avándaro, masificaron el rock.

Alrededor del pop nacional existe una pléyade de inconformes, músicos y cronistas principalmente, obcecados en mostrar su resentimiento social a causa de la nula masificación de los subgéneros que ellos prefieren como el blues y el rock urbano.

El blues, ese género completamente desenraizado en México.

Después aquello perdió potencia y dentro del subgénero rock atronaron bandas de calidad proverbial que, además, se subían al escenario en sus cinco sentidos y retrataban postales que iban más allá de los impuestos y la represión como fenómeno hipocondríaco (no olviden que Alex Lora provenía de una familia acomodada de la Colonia del Valle). Lo que grupos como Caifanes, Santa Sabina y Fobia hicieron fue abrir el espectro a la introspección, es decir: el pensamiento. Algo que, al parecer, a los demás músicos y cronistas les parecía (y les parece) demasiado complicado para comprender.

Afortunadamente la autoflagelación de los hoyos fonkis quedaba relegada del imaginario personal y se ubicaba como el onanismo mental de aquéllos que no tuvieron la capacidad interpretativa y musical para sobresalir y que, hoy en día, penosamente, siguen manifestando un rechazo indeleble hacia todo lo que suena bien y que cosecha aplausos, y ganancias, por tener calidad. Eso que menosprecian llamando: pop.

Y si en todo caso su motivación no es comercial sino artística, por qué cobran en sus presentaciones.

Ningún género musical de tu gusto te hace mejor que otra persona que, quizás, tiene un gusto más suave pero más orientado a un sonido cristalino y cualitativo.

Todo esto es cosa de sentido común. Claro que muchos no lo tienen porque siguen infatuados por el guitarrazo de AC/DC, cuyos músicos se han graduado en la repetición de un sonido electrificado que muere justo ahí.

Como ejemplo existe un local de comida corrida en División del Norte y Río Churubusco en donde Armando Molina, Mayita Campos y demás coleguitas siguen rumiando ese sonido que murió hace muchos, muchos años.


Ante una persona común se mienta el gusto de cada uno, pero si se es cronista (que no analista) es menester abrir la cabeza y reconocer que la calidad llegó al rock, como subgénero del pop, a partir de mediados de los ochentas. No hay de otra, no hay pretextos. Es cosa de adaptación y madurez, aunque les duela. 

sábado, 26 de septiembre de 2015

Montage of Heck: Ninguna clase de disculpa

Por Btxo

Poseo un capricho que se orienta por llevar la contraria siempre. Por ejemplo, si alguien me urge por escuchar algún disco, ver una serie o una película de inmediato me desmarco a causa de mis primicias personales. A mí nadie me obliga a nada. Después, como los gatos, olisqueo un poco y determino si es viable o no echarme de cabeza a la sugerencia. Por eso siempre me desfaso en las conversaciones.

Hace poco me preguntaba, de forma muy imbécil y harto del actuar social, quién ostentaba el récord de más películas o documentales en su memoria: ¿Kurt Cobain o Steve Jobs?

Gracias a Clarovideo y a mi flojera por seguir la tendencia, Montage of Heck (2015), la entrega más reciente alrededor del nativo de Aberdeen, llegó tarde a mis sentidos y me descontroló un poco. No por nada Frances Cobain es productora ejecutiva, pero vamos por partes.

Por un lado, me resulta curiosa la coincidencia de que tanto The Smiths como Nirvana hubiesen añadido un guitarrista de apoyo para los directos, detalle que refleja las dudas artísticas que, en su momento, hubo hacia Cobain y Johnny Marr quienes, curiosamente también, habían menguado su capacidad musical a causa de los atracones de horse que degustaban más que ocasionalmente.

Por otro lado, a diferencia de About a son (2006) y All apologies (2006), Montage of Heck es una oda directa a la reivindicación de Cobain vía el contexto de abandono y soledad, y más que eso, a causa del tibio manejo de la fama, si bien un lugar común alrededor de Kurt pero que polariza la historia universal.

Para nadie es un secreto la dicotomía de un Cobain tan dulce y agresivo como el cachorro de gato que encuentras atrapado en una alcantarilla, no obstante, es hasta ahora que aquello puede advertirse gracias al asombroso pietaje de la infancia de Kurt que sazona el documental.

Sin embargo, ese detalle no redime el carácter insoportable y ramplón de un Cobain siempre a la defensiva. Mejor músico que persona, Cobain es desnudado en este documental. Quizás los fragmentos en donde se evidencia ese honesto pero retorcido paternalismo, con Cobain hasta las orejas de heroína mientras Courtney Love le corta el cabello a una bebé Frances, fue un guantazo de reproche de la productora ejecutiva hacia sus padres, otro detalle que revela la beligerancia con que se abordó a Kurt en esta pieza fílmica.

Lamentablemente, si la intención era desmitificar al ídolo, el documental pifió.

Más allá de la teoría que reza que Love mandó matar al marido, el documental sugiere, quizás de manera intencional pero al aire, que la muerte de Cobain fue resultado del actuar y la conexión de diversos factores: fans, prensa y detractores.

Los fanáticos siempre tienen la necesidad de asirse a la historia trágica de un héroe que los alimenta y al mismo tiempo los hace sentir mejor porque saben que, irremediablemente, se irá antes que ellos y entonces tendrán algo que celebrar, o lamentar, pero con el mismo ímpetu. Nada alimenta más a un fanático que la caída de su héroe porque, de esa manera, podrán sentirse superiores.

“Nada hacía enfadar más a Kurt que el sentirse humillado”, señala Krist Novoselic en el documental cuando se refiere a la manera como Cobain reaccionaba ante las críticas adversas. Y el mismo Kurt señalaba lo absurdo que resultaba ser considerado como portavoz de una generación. Por ello, los detractores de Nirvana, musical y socialmente, tuvieron mucho que ver en el toleteo contra quien sólo deseaba expresarse y tocar en directo, hasta que le colmaron la paciencia llevándolo a amenazar por teléfono a una periodista de Vanity Fair que reveló el caos enfermizo que pringaba el departamento de los Cobain-Love.

Quienes me conocen saben de sobra cuáles fueron las razones por las que me escabullí de la fuente de rock mientras era redactor en la revista Rock Stage y el periódico El Universal. Resumiendo puedo decir que no quería ser parte de un circo cuya función es vanagloriar aquello que no tiene brillo, o bien, sacar del contexto real a los músicos de rock.

Exacerbar a la masa es irresponsable. El que Cobain haya sido considerado el portavoz de una generación desencantada fue culpa de los medios urgidos de atención y ventas. Lógico, se necesitaba un héroe (anti)social acorde al contexto de la juventud a principios de los noventas, porque después de John Lennon el vacío casi se eterniza.

De igual forma, enclavar ideologías en una porción de arte que resulta meramente estéril y de orientación lúdica por naturaleza como el rock, es aún más irresponsable. Claro que eso no aplica en bandas con motivos específicos como Rage Against the Machine o Mano Negra, porque ellos imprimían esa idea como parte de su press kit. Sin embargo, el resultado de los pensamientos de alienación, dolor, enfermedad y soledad de Cobain no tenían que ser generalizados y adaptados a una juventud aparentemente carente de oportunidades. Aunque la mayoría, por sus mismas carencias de cultura, cayó en el garlito.

En ese sentido, los culpables directos de exacerbar el malestar emocional de un Kurt poco preparado para el éxito fueron los medios de comunicación “especializados”. Lo mismo sucedió con Mötley Crüe, Guns and Roses e inclusive Metallica, a quienes se sobrevaluó como los salvadores del mundo.

Una guitarra no salvará al mundo, eso es definitivo. Por ello se requiere de mayor responsabilidad aun cuando el rock sea un tema irresponsable que engloba puntos de fuga que pueden ser peligrosos para las mentes débiles. Es por ello que las mentes débiles siguen siendo cronistas pero no analistas. El periodista de rock, como tal, no debe intentar, siquiera, adentrarse en temas sociales, desarrollar un punto de vista y mucho menos compartirlo.


Finalmente Montage of Heck es un documento interesante y curioso desde la intimidad del artista, pero más allá de determinar culpables no aporta mucho a la apreciación de esa marca denominada Kurt Cobain. ¿Por qué, si no, se paladea saludablemente la ausencia de Dave Grohl? (Coyoacán, 2015)